Hola a tod@s,
la verdad es que iba a dedicar la entrada a hacer una nueva reseña, pero entonces recordé que el jueves es nuestra fiesta, sí el día del libro, celebración para lectores, escritores, editores y toda la maquinaria que envuelve el mundo de la lectura, así que he decidido compartir con vosotros una de las pequeñas historias que aparece en «Píldoras románticas», el recopilatorio del que estoy muy orgullosa y que el próximo mes de mayo va a cumplir un añito. Espero que disfrutéis con esta píldora.
Por cierto, durante esta semana las chicas de ARI tenemos nuestros ebooks a 0,99, una oportunidad que no os podéis perder.
¡¡¡Feliz día del libro!!!
Segundas oportunidades.
«No puede ser, no puede estar pasando», pensaba Stefan
mientras se pasaba las manos por el cabello, que se le había soltado de la
cinta con la que normalmente los llevaba recogidos. Sentado en la antesala del
quirófano, esperaba que el médico saliera y le trasmitiera noticias. Hacía dos
horas que Mary estaba allí dentro.
Estaba siendo intervenida a corazón abierto y no había garantías
de que sobreviviera; los cirujanos habían hablado muy claro, dándole muy pocas
esperanzas.
No era esto lo que esperaba cuando solicitó al
organizador del concierto del Carnegie Hall que quería a Mary MacMillan como
directora de la representación para violín y orquesta Nº1 - Opus 35, de Tchaikovsky, que iban a ofrecer la noche de
Navidad para recaudar fondos y destinarlos a la
investigación sobre el SIDA.
Otros compañeros que apreciaban a la joven también
esperaban. Mary, tan llena de vida, trasmitía fortaleza a pesar de ser bajita y
delgada, con una estructura ósea delicada, ojos almendrados y una larga
cabellera castaña recogida en un moño, del que siempre se le soltaba algún que
otro mechón.
Recostado en la silla, apoyó la cabeza contra la pared,
cerró los ojos y esperó.
Nueva York, seis
años atrás.
Mary afinaba su violín en la sala de audiciones cuando
él apareció por la puerta. Stefan Lowenstein entró caminando con la seguridad
que le daba saber que era el joven con más talento de su generación. Pasos
largos y decididos. En la mano derecha llevaba el estuche de su preciado
violín. Alto y delgado, de constitución fibrosa, se había recogido el pelo;
parecía molestarle cuando tocaba con la energía y pasión que le caracterizaban.
No estaba enamorada de él, como muchas de sus
compañeras, pero sí le admiraba; tarde o temprano se convertiría en un virtuoso
de ese instrumento, que interpretaba con gran vehemencia y destreza.
Coincidían en un par de clases en el conservatorio, pero
salvo educados saludos, nunca habían establecido ninguna conversación.
Aquel día fue diferente. Él se sentó a su lado y, cuando
sacó el violín para afinarlo, igual que estaba haciendo ella, pareció darse
cuenta de que tenía una cuerda rota. No tenía otra de recambio.
— ¿No tendrás una cuerda de sobra? —le preguntó cuando
ella terminó de preparar su instrumento.
—Sí, claro. —Ella abrió el estuche, sacó una y se la
tendió, mientras le sonreía. Le gustaba ser agradable, por eso siempre estaba
dispuesta a ayudar.
Estaba segura de que él nunca se había fijado en ella,
pero durante el segundo que duró la transacción de la cuerda, por primera vez
tuvo la sensación de que sí la veía.
No volvieron a decirse nada más ese día, la clase dio
comienzo y, una vez finalizada, cada uno siguió su camino.
Dos días más tarde, mientras tomaba un té en una
cafetería cercana al conservatorio, él entró, la vio y se acercó a su mesa.
— ¿Te importa que me siente contigo?
—No claro, así me haces compañía hasta que sea la hora
de ir a clase. —Y le señaló la silla vacía a su lado.
Tras ese pequeño gesto iniciaron una conversación que
les llevó a establecer una relación que, en un principio, fue de amistad pero
que, una noche, estando todavía en una de las aulas de ensayo, tras acabar de
realizar un difícil ejercicio con sus instrumentos, se trasladó a un plano
mucho más íntimo.
Él la besó. Le atrapó la cara con aquellas manos tan
estilizadas y finas y la besó con pasión, como cuando tocaba, trasmitiendo todo
lo que sentía
Al principio ella se quedó quieta y con una ligera
sensación de estupefacción, pero tras la sorpresa inicial, ambos profundizaron
el beso. Las sensaciones se dispararon, sus lenguas danzaban degustándose,
jugando y conociéndose. Él mordisqueó suavemente su labio inferior y después
lamió delicadamente la zona donde le había mordido. Luego ladeó la cabeza hacia
la derecha, para acceder mejor al interior de su boca, y le pasó la lengua por
los dientes. Ella pensó que su sabor era adictivo.
Con las respiraciones agitadas se separaron para mirarse
fijamente; ninguno necesitaba palabras para decirse lo que sentían en esos
momentos. Recogieron sus instrumentos y, cogidos de la mano, se dirigieron a su
apartamento, que estaba situado dos calles más abajo.
Atravesaron la puerta y dejaron los estuches en el suelo
del pasillo. Ella le condujo hasta el dormitorio, donde encendió una pequeña
luz que tenía en la mesita de la izquierda de la cama, proporcionando a la
estancia un ambiente suave y acogedor. Su habitación hablaba de su forma de
ser.
Colocándose uno frente al otro se desnudaron con calma,
explorándose, conociéndose. Él aprovechaba cada vez que le quitaba una pieza de
ropa para tocarla y sentirla. No había vergüenza, solo excitación; no era la
primera vez para ninguno de los dos, pero sí la primera entre ellos y eso le
producía sensaciones difíciles de valorar. Habían pasado de la amistad al sexo
en un solo momento. El beso había sido el detonante.
Pero ya pensaría en ello más tarde, aquel era el
instante de sentir. Volvieron a besarse y se tumbaron en la cama. Stefan
desplazó su boca hasta sus pechos, chupándolos, excitándolos, jugando con sus
pezones, que se habían puesto duros como pequeños diamantes, enviando pequeñas
descargas que le llegaban hasta el centro de su feminidad. Se recreó en ellos,
no parecía tener prisa. Tenía la sensación de que le encantaban y que no tenía
intención de saciarse en breve.
Ella le acarició la espalda y el torso. Su mano vagó
hasta llegar al pene, duro y largo. Lo acarició e inició un suave movimiento de
arriba abajo, excitándolo más, mientras él exploraba los suaves pliegues de su
sexo, buscando el clítoris.
Estaba muy húmeda. Stefan encontró el centro de su
placer y se dedicó a tocarlo hasta que sus jadeos aumentaron la frecuencia.
Estaban preparados. Stephan se colocó entre sus piernas
y, obligándola a apoyarlas sobre sus hombros, la penetró de un solo envite.
Ella gimió. Se sentía invadida por completo y aquello le
proporcionaba un gran placer; era como si hubiera estado vacía hasta ese
momento y la complementara. Se movieron al unísono, en un eterno in crescendo. Sus cuerpos tensos y
sudorosos llegaron a la liberación final. El orgasmo, rápido e intenso, les
dejó agotados y desmadejados uno sobre el otro.
Stefan se apartó, parecía pensar que pesaba demasiado
para estar encima de ella, así que se recostó en la cama, arrastrándola a su
lado, la abrazó y le susurró palabras cariñosas, mientras le acariciaba la
espalda.
Con la cabeza sobre su torso, ella escuchaba cómo su
corazón, poco a poco, iba volviendo al ritmo normal, al mismo tiempo que sus
respiraciones. Se durmieron en pocos segundos.
Desde aquella mágica noche no volvieron a separarse. Él
se trasladó al piso de ella e iniciaron una vida en común.
Dos años después decidieron casarse, una ceremonia
íntima con un par de amigos como testigos; ambos carecían de familiares
cercanos, por lo que casi se trató más de un trámite burocrático que de otra
cosa; ya se sentían unidos sin que mediara ningún tipo de papel oficial.
Pero todo cambió a raíz del día que Stefan consiguió el
primer concierto importante de su carrera.
Este punto tan importante en la carrera de él, y en sus
vidas, trajo consigo modificaciones, algunas de las cuales ya se habían
iniciado sin que ellos se percataran siquiera.
Ella cambió el violín por la dirección de orquesta, le
gustaba más y sentía que era realmente lo que quería hacer. Él se encerró en
sus ensayos y, conforme su carrera y su fama crecían, mermaba el íntimo nexo
entre ellos.
Durante un tiempo ella intentó luchar por la relación,
pero Stefan se volvió intratable y egoísta. Se veían poco y el escaso tiempo
que pasaban juntos era solo para discutir.
Una noche, tras una fuerte pelea, ella abandonó el piso
dando un portazo mientras le gritaba desde el descansillo de la escalera que
solicitaría el divorcio. Él no la creyó. Al día siguiente debía viajar a
Londres y ella estaba segura de que se fue convencido de que, cuando volviera,
lo arreglarían.
Se equivocó.
Días más tarde, cuando él regresó, se encontró que las
cosas de ella ya no estaban allí; se había llevado la ropa y cuatro objetos
personales, lo demás lo había dejado atrás, como a él. También se encargó de
que no pudiera localizarla, nadie sabía cuál era su paradero. Pasó el tiempo y,
un año más tarde, le envió por correo los papeles del divorcio firmados ya por
ella; solo faltaba su rúbrica y ambos serían libres.
Pasó el tiempo y la carrera de ella también despegó, era
de las mejores en su categoría y todos querían tocar bajo su batuta. Durante
tres años nunca coincidieron, ambos se ocuparon de no hacerlo. Y en todo ese
tiempo, Stefan nunca le había devuelto firmados los documentos y ella tampoco
se los había reclamado.
A Stefan madurar le costó tiempo, pero darse cuenta de
lo que había perdido, todavía más.
Cuando solicitó que Mary se encargara de la dirección de
aquel concierto, no estaba seguro de si ella aceptaría. Sabía que llevaba sin
pisar un escenario desde hacía varios meses y pensó que se estaba tomando un
descanso, así que se alegró de que finalmente aceptara.
El primer encuentro entre ellos, tras todo aquel tiempo
que llevaban separados, estuvo protagonizado por los nervios y la buena
educación. Se encontraron en uno de los despachos de la dirección del Carnegie
Hall, hablaron sobre el programa y decidieron qué orquesta sería la encargada
de tocar con Stefan.
Al salir de allí, él la invitó a tomar un café. Y,
cuando pensó que lo rechazaría, ella aceptó.
Sentados en aquella bonita cafetería neoyorquina,
hablaron. Habían cambiado mucho ambos, los dos habían madurado así que volvieron
a retomar viejas conversaciones que tenían pendientes.
Pasaron los días y, entre ensayos y cafés, ambos
reiniciaron una relación que había cambiado pero que contaba con unos
sentimientos más fuertes. Se habían echado menos, pero ambos debían evolucionar
y estando juntos nunca hubieran podido hacerlo.
Un día él observó que Mary cada vez estaba más pálida y
se cansaba con facilidad, pero ella nunca se quejaba a pesar de los agotadores
ensayos.
Y llegó la noche de la representación. Antes de salir al
escenario, él le regaló un ramo de flores silvestres, sus favoritas, y le pidió
que volvieran a vivir juntos ya que nunca había firmado los papeles del
divorcio. Ella accedió.
El concierto fue un éxito total, pero al retirarse del
escenario, ella perdió el conocimiento. En el hospital le informaron de algo
que ella le había ocultado; tenía una grave dolencia cardíaca y tenía que
operarse.
Así que allí estaba, en aquella sala de espera.
— ¿Mr. Lowenstein?
—Sí. —Se levantó como un resorte.
—Todo ha ido mucho mejor de lo que esperábamos, podrá
verla durante unos minutos. Estará sedada hasta mañana.
Él se dejó caer en la silla con gran sensación de
alivio. Los compañeros se acercaron a interesarse por lo que le había dicho el
facultativo.
Mientras les explicaba solo podía pensar en que tendrían
una segunda oportunidad.
Saludos.
Feliz día del libro!
ResponderEliminarEstán a un precio fantástico los libro ARI, gracias por comentarlo, voy a ver cuales me interesan.
El relato genial, ya lo leyera, pero igualmente gustó releerlo.
Bicos!
Hola Niusa,
ResponderEliminarmuchas gracias por tu comentario...sip, vale la pena ir a ver los libros de las chicas de ARI..ha sido muy buena iniciativa....muchas gracias por lo del relato, me apeteció compartir una píldora con todo el mundo...
besis
Feliz día del libro, con retraso... pero yo es que soy un despiste ambulante, ya me irás conociendo.
ResponderEliminarY en cuanto a la pildorita que nos regalas, me encanta! Me parece muy bueno.
Besos!
Hola Elizabeth,
ResponderEliminarmuchas gracias por el comentario...jjaja...ya te dije que no hace falta fichar...creo que para nosotras todos los días es una celebración continua del libro...lectores y escritores...
Me alegra mucho que te gustara esta pequeña historia condensada...
Besis
Cris
Me encantó el relato aunque también ya lo haya leído, muy bonito y tierno. Un abrazo
ResponderEliminarQuerida Nine,
ResponderEliminarmuchas gracias por el comentario...eres un cielo...
besis y abrazos
Cris