martes, 21 de abril de 2015

Celebremos el día del libro




Hola a tod@s,
la verdad es que iba a dedicar la entrada a hacer una nueva reseña, pero entonces recordé que el jueves es nuestra fiesta, sí el día del libro, celebración para lectores, escritores, editores y toda la maquinaria que envuelve el mundo de la lectura, así que he decidido compartir con vosotros una de las pequeñas historias que aparece en «Píldoras románticas», el recopilatorio del que estoy muy orgullosa y que el próximo mes de mayo va a cumplir un añito. Espero que disfrutéis con esta píldora. 
Por cierto, durante esta semana las chicas de ARI tenemos nuestros ebooks a 0,99, una oportunidad que no os podéis perder.


¡¡¡Feliz día del libro!!!




Segundas oportunidades.


«No puede ser, no puede estar pasando», pensaba Stefan mientras se pasaba las manos por el cabello, que se le había soltado de la cinta con la que normalmente los llevaba recogidos. Sentado en la antesala del quirófano, esperaba que el médico saliera y le trasmitiera noticias. Hacía dos horas que Mary estaba allí dentro.
Estaba siendo intervenida a corazón abierto y no había garantías de que sobreviviera; los cirujanos habían hablado muy claro, dándole muy pocas esperanzas.
No era esto lo que esperaba cuando solicitó al organizador del concierto del Carnegie Hall que quería a Mary MacMillan como directora de la representación para violín y orquesta Nº1 - Opus 35, de Tchaikovsky, que iban a ofrecer la noche de Navidad para recaudar fondos y destinarlos a la
investigación sobre el SIDA.
Otros compañeros que apreciaban a la joven también esperaban. Mary, tan llena de vida, trasmitía fortaleza a pesar de ser bajita y delgada, con una estructura ósea delicada, ojos almendrados y una larga cabellera castaña recogida en un moño, del que siempre se le soltaba algún que otro mechón.
Recostado en la silla, apoyó la cabeza contra la pared, cerró los ojos y esperó.


Nueva York, seis años atrás.

Mary afinaba su violín en la sala de audiciones cuando él apareció por la puerta. Stefan Lowenstein entró caminando con la seguridad que le daba saber que era el joven con más talento de su generación. Pasos largos y decididos. En la mano derecha llevaba el estuche de su preciado violín. Alto y delgado, de constitución fibrosa, se había recogido el pelo; parecía molestarle cuando tocaba con la energía y pasión que le caracterizaban.
No estaba enamorada de él, como muchas de sus compañeras, pero sí le admiraba; tarde o temprano se convertiría en un virtuoso de ese instrumento, que interpretaba con gran vehemencia y destreza.
Coincidían en un par de clases en el conservatorio, pero salvo educados saludos, nunca habían establecido ninguna conversación.
Aquel día fue diferente. Él se sentó a su lado y, cuando sacó el violín para afinarlo, igual que estaba haciendo ella, pareció darse cuenta de que tenía una cuerda rota. No tenía otra de recambio.
— ¿No tendrás una cuerda de sobra? —le preguntó cuando ella terminó de preparar su instrumento.
—Sí, claro. —Ella abrió el estuche, sacó una y se la tendió, mientras le sonreía. Le gustaba ser agradable, por eso siempre estaba dispuesta a ayudar.
Estaba segura de que él nunca se había fijado en ella, pero durante el segundo que duró la transacción de la cuerda, por primera vez tuvo la sensación de que sí la veía.
No volvieron a decirse nada más ese día, la clase dio comienzo y, una vez finalizada, cada uno siguió su camino.
Dos días más tarde, mientras tomaba un té en una cafetería cercana al conservatorio, él entró, la vio y se acercó a su mesa.
— ¿Te importa que me siente contigo?
—No claro, así me haces compañía hasta que sea la hora de ir a clase. —Y le señaló la silla vacía a su lado.
Tras ese pequeño gesto iniciaron una conversación que les llevó a establecer una relación que, en un principio, fue de amistad pero que, una noche, estando todavía en una de las aulas de ensayo, tras acabar de realizar un difícil ejercicio con sus instrumentos, se trasladó a un plano mucho más íntimo.
Él la besó. Le atrapó la cara con aquellas manos tan estilizadas y finas y la besó con pasión, como cuando tocaba, trasmitiendo todo lo que sentía
Al principio ella se quedó quieta y con una ligera sensación de estupefacción, pero tras la sorpresa inicial, ambos profundizaron el beso. Las sensaciones se dispararon, sus lenguas danzaban degustándose, jugando y conociéndose. Él mordisqueó suavemente su labio inferior y después lamió delicadamente la zona donde le había mordido. Luego ladeó la cabeza hacia la derecha, para acceder mejor al interior de su boca, y le pasó la lengua por los dientes. Ella pensó que su sabor era adictivo.
Con las respiraciones agitadas se separaron para mirarse fijamente; ninguno necesitaba palabras para decirse lo que sentían en esos momentos. Recogieron sus instrumentos y, cogidos de la mano, se dirigieron a su apartamento, que estaba situado dos calles más abajo.
Atravesaron la puerta y dejaron los estuches en el suelo del pasillo. Ella le condujo hasta el dormitorio, donde encendió una pequeña luz que tenía en la mesita de la izquierda de la cama, proporcionando a la estancia un ambiente suave y acogedor. Su habitación hablaba de su forma de ser.
Colocándose uno frente al otro se desnudaron con calma, explorándose, conociéndose. Él aprovechaba cada vez que le quitaba una pieza de ropa para tocarla y sentirla. No había vergüenza, solo excitación; no era la primera vez para ninguno de los dos, pero sí la primera entre ellos y eso le producía sensaciones difíciles de valorar. Habían pasado de la amistad al sexo en un solo momento. El beso había sido el detonante.
Pero ya pensaría en ello más tarde, aquel era el instante de sentir. Volvieron a besarse y se tumbaron en la cama. Stefan desplazó su boca hasta sus pechos, chupándolos, excitándolos, jugando con sus pezones, que se habían puesto duros como pequeños diamantes, enviando pequeñas descargas que le llegaban hasta el centro de su feminidad. Se recreó en ellos, no parecía tener prisa. Tenía la sensación de que le encantaban y que no tenía intención de saciarse en breve.
Ella le acarició la espalda y el torso. Su mano vagó hasta llegar al pene, duro y largo. Lo acarició e inició un suave movimiento de arriba abajo, excitándolo más, mientras él exploraba los suaves pliegues de su sexo, buscando el clítoris.
Estaba muy húmeda. Stefan encontró el centro de su placer y se dedicó a tocarlo hasta que sus jadeos aumentaron la frecuencia.
Estaban preparados. Stephan se colocó entre sus piernas y, obligándola a apoyarlas sobre sus hombros, la penetró de un solo envite.
Ella gimió. Se sentía invadida por completo y aquello le proporcionaba un gran placer; era como si hubiera estado vacía hasta ese momento y la complementara. Se movieron al unísono, en un eterno in crescendo. Sus cuerpos tensos y sudorosos llegaron a la liberación final. El orgasmo, rápido e intenso, les dejó agotados y desmadejados uno sobre el otro.
Stefan se apartó, parecía pensar que pesaba demasiado para estar encima de ella, así que se recostó en la cama, arrastrándola a su lado, la abrazó y le susurró palabras cariñosas, mientras le acariciaba la espalda.
Con la cabeza sobre su torso, ella escuchaba cómo su corazón, poco a poco, iba volviendo al ritmo normal, al mismo tiempo que sus respiraciones. Se durmieron en pocos segundos.
Desde aquella mágica noche no volvieron a separarse. Él se trasladó al piso de ella e iniciaron una vida en común.
Dos años después decidieron casarse, una ceremonia íntima con un par de amigos como testigos; ambos carecían de familiares cercanos, por lo que casi se trató más de un trámite burocrático que de otra cosa; ya se sentían unidos sin que mediara ningún tipo de papel oficial.
Pero todo cambió a raíz del día que Stefan consiguió el primer concierto importante de su carrera.
Este punto tan importante en la carrera de él, y en sus vidas, trajo consigo modificaciones, algunas de las cuales ya se habían iniciado sin que ellos se percataran siquiera.
Ella cambió el violín por la dirección de orquesta, le gustaba más y sentía que era realmente lo que quería hacer. Él se encerró en sus ensayos y, conforme su carrera y su fama crecían, mermaba el íntimo nexo entre ellos.
Durante un tiempo ella intentó luchar por la relación, pero Stefan se volvió intratable y egoísta. Se veían poco y el escaso tiempo que pasaban juntos era solo para discutir.
Una noche, tras una fuerte pelea, ella abandonó el piso dando un portazo mientras le gritaba desde el descansillo de la escalera que solicitaría el divorcio. Él no la creyó. Al día siguiente debía viajar a Londres y ella estaba segura de que se fue convencido de que, cuando volviera, lo arreglarían.
Se equivocó.
Días más tarde, cuando él regresó, se encontró que las cosas de ella ya no estaban allí; se había llevado la ropa y cuatro objetos personales, lo demás lo había dejado atrás, como a él. También se encargó de que no pudiera localizarla, nadie sabía cuál era su paradero. Pasó el tiempo y, un año más tarde, le envió por correo los papeles del divorcio firmados ya por ella; solo faltaba su rúbrica y ambos serían libres.
Pasó el tiempo y la carrera de ella también despegó, era de las mejores en su categoría y todos querían tocar bajo su batuta. Durante tres años nunca coincidieron, ambos se ocuparon de no hacerlo. Y en todo ese tiempo, Stefan nunca le había devuelto firmados los documentos y ella tampoco se los había reclamado.
A Stefan madurar le costó tiempo, pero darse cuenta de lo que había perdido, todavía más.
Cuando solicitó que Mary se encargara de la dirección de aquel concierto, no estaba seguro de si ella aceptaría. Sabía que llevaba sin pisar un escenario desde hacía varios meses y pensó que se estaba tomando un descanso, así que se alegró de que finalmente aceptara.
El primer encuentro entre ellos, tras todo aquel tiempo que llevaban separados, estuvo protagonizado por los nervios y la buena educación. Se encontraron en uno de los despachos de la dirección del Carnegie Hall, hablaron sobre el programa y decidieron qué orquesta sería la encargada de tocar con Stefan.
Al salir de allí, él la invitó a tomar un café. Y, cuando pensó que lo rechazaría, ella aceptó.
Sentados en aquella bonita cafetería neoyorquina, hablaron. Habían cambiado mucho ambos, los dos habían madurado así que volvieron a retomar viejas conversaciones que tenían pendientes.
Pasaron los días y, entre ensayos y cafés, ambos reiniciaron una relación que había cambiado pero que contaba con unos sentimientos más fuertes. Se habían echado menos, pero ambos debían evolucionar y estando juntos nunca hubieran podido hacerlo.
Un día él observó que Mary cada vez estaba más pálida y se cansaba con facilidad, pero ella nunca se quejaba a pesar de los agotadores ensayos.
Y llegó la noche de la representación. Antes de salir al escenario, él le regaló un ramo de flores silvestres, sus favoritas, y le pidió que volvieran a vivir juntos ya que nunca había firmado los papeles del divorcio. Ella accedió.
El concierto fue un éxito total, pero al retirarse del escenario, ella perdió el conocimiento. En el hospital le informaron de algo que ella le había ocultado; tenía una grave dolencia cardíaca y tenía que operarse.
Así que allí estaba, en aquella sala de espera.
— ¿Mr. Lowenstein?
—Sí. —Se levantó como un resorte.
—Todo ha ido mucho mejor de lo que esperábamos, podrá verla durante unos minutos. Estará sedada hasta mañana.
Él se dejó caer en la silla con gran sensación de alivio. Los compañeros se acercaron a interesarse por lo que le había dicho el facultativo.
Mientras les explicaba solo podía pensar en que tendrían una segunda oportunidad.

Saludos.




6 comentarios:

  1. Feliz día del libro!
    Están a un precio fantástico los libro ARI, gracias por comentarlo, voy a ver cuales me interesan.
    El relato genial, ya lo leyera, pero igualmente gustó releerlo.
    Bicos!

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  2. Hola Niusa,
    muchas gracias por tu comentario...sip, vale la pena ir a ver los libros de las chicas de ARI..ha sido muy buena iniciativa....muchas gracias por lo del relato, me apeteció compartir una píldora con todo el mundo...
    besis

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  3. Feliz día del libro, con retraso... pero yo es que soy un despiste ambulante, ya me irás conociendo.
    Y en cuanto a la pildorita que nos regalas, me encanta! Me parece muy bueno.
    Besos!

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  4. Hola Elizabeth,
    muchas gracias por el comentario...jjaja...ya te dije que no hace falta fichar...creo que para nosotras todos los días es una celebración continua del libro...lectores y escritores...
    Me alegra mucho que te gustara esta pequeña historia condensada...
    Besis
    Cris

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  5. Me encantó el relato aunque también ya lo haya leído, muy bonito y tierno. Un abrazo

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  6. Querida Nine,
    muchas gracias por el comentario...eres un cielo...
    besis y abrazos
    Cris

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